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 La Posada de los Brujos. Capítulo 5.

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Jaime Olate
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MensajeTema: La Posada de los Brujos. Capítulo 5.   La Posada de los Brujos. Capítulo 5. Icon_minitimeJue Feb 02, 2012 10:11 pm

Capítulo 5

Un Chico Rescatado del Precipicio.
—Por favor, Sergio, no volvamos de nuevo sobre ese tema, ya es pasado.
—Aún no puedo comprender —Sergio continuó, con su voz quebrada por la emoción—cómo un detective, que hacía tanto bien a quienes necesitan justicia, se pudo retirar de la policía a tan temprana edad. Diez años de tu vida entregados al servicio público con honores… Quizá Dios lo dispuso para salvarme de mis estupideces… y llegaras a perfeccionarte como pintor.
Contagiado por la emotividad de su joven “hermano”, el expolicía lo tomó de los hombros con viril fuerza y una sombra de tristeza en sus ojos.
—Vamos, vamos, Checho, cada uno sabe donde le aprieta el zapato. —Su voz bajó de tono y musitó—. Dios dispone lo que ha de suceder.
Ambos jóvenes se sentaron en el suave pasto bajo la sombra del bosquecillo y guardaron silencio. No era necesario que hablaran, pues sus pensamientos coincidían en el recuerdo de un pasado triste y reciente.
El detective retirado Lucas De los Ríos, nacido en el siempre verde sur chileno, acostumbraba a pasar al cuartel de una pequeña ciudad a saludar a sus antiguos camaradas, quienes lo conocieron y admiraron cuando trabajaba en la institución. Estaban animadamente charlando en el pequeño casino con el Comisario Jefe, cuando escucharon en la guardia gritos que los obligaron a acudir para enterarse de la causa del desorden.
Un grupo de jóvenes había sido sorprendido consumiendo alcohol y drogas en la hermosa plaza de ese pueblo. Se trataba de “hijitos de su apá”, es decir de padres que no se preocupaban de las andanzas de sus hijos adolescentes, pues consideraban que el dinero los hacía intocables. La orden del Jefe fue tajante, ¡todos al calabozo en espera de sus padres! La mayoría de los chicos amenazaban a los policías con que “se van a morir de hambre, pues mi apá (papá) los va a echar de la Policía de Investigaciones”. No les hicieron caso, los rudos hombres de la ley están acostumbrados a tales amenazas.
A Lucas le llamó la atención los ojos llorosos y suplicantes de un muchachito trigueño, aparentemente menor que los otros. Nunca supo por qué el chiquillo buscaba auxilio en él, pues ya no era funcionario; sin embargo, preguntó a sus excolegas quién era. Le informaron que por primera vez lo detenían y probablemente no vivía en la ciudad, seguro que era de alguna hacienda de los campos cercanos; por imitación seguía a los mayores.
Habló con el Comisario y éste al enterarse que el jovenzuelo no tenía antecedentes como los otros, lo autorizó para sacarlo del lugar. Habían trabajado juntos y conocía a Lucas, ahora dedicado a pintor; recordó como los malos elementos que siempre existen en la policía del mundo, le tendieron una celada y en una oscura investigación que nuestro amigo dirigía contra traficantes de drogas, fue acusado de recibir coima y, pese a no probarse tal infundio, no faltó el mal Jefe de la superioridad que le persiguió con el fin de darle una deshonrosa baja de las filas. El dolor fue tan grande que presentó su renuncia voluntaria; la mayoría de los funcionarios que querían apelar para que tan buen elemento volviera a trabajar con ellos, no pudieron hacer desistir al dolido joven Inspector De los Ríos.
Su fama de detective honrado, hábil y trabajador le dejó abiertas las puertas para reintegrarse cuando él lo considerara necesario; mas, su otro amor, la pintura, lo absorbió tanto que se dedicó por completo al arte, donde su talento lo hizo conocido en el ambiente pictórico.
En su motocicleta llevó al muchacho, Sergio González, hasta la casa de los tíos quienes lo criaron en un hermoso campo como si fuera su hijo al no tener la dicha de tener uno propio. Lucas, con su mirada de hombre bueno y honrado, conquistó el cariño de don Pancho y de doña María y ahora en los veranos iban a pasar sus vacaciones en la enorme finca ubicada junto a la cordillera de la costa,
Checho suspiró con la mirada perdida en la distancia y miró con cariño a su “hermano”, quien le sonrió y nuevamente pasó su mano por el cabello del chico en su costumbre de dejarlo despeinado. El chiquillo, riendo, se limitó a arreglar su peinado con sus dedos.
El matrimonio de campesinos los contemplaba a la sombra de la casa y, ante las señas de los jóvenes, acudieron a conocer tan bella pintura que también quedaron alelados como a todos los que contemplarían la maravillosa obra.

(Continuará: “ Una Sorprendente Exposición Pictórica”)
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