Cuento (sin titulo)

Aquella noche se quedó dormido con el libro abierto. Soñó que conspiraban en su contra. Un ruido en el exterior lo despertó. Recordó que desde hacía varios días había notado algo extraño. En ese momento comenzó a darle vueltas por la cabeza la idea de que planeaban apoderarse del lugar. Sin más, lo despojarían de todo. Los caballos relinchaban agitados. Abrió la ventana. El viento soplaba con fuerza. El frío se introducía en su piel y perforaba sus huesos hasta hacerlo temblar. La actividad alrededor de las caballerizas no cesaba. Eran ellos… merodeaban la casa. Tendría que estar alerta, no les permitiría salirse con la suya.
Desde entonces -en el día- deambulaba por la habitación como un zombi. Pocas veces salía de ahí y apenas probaba bocado; meditaba la estrategia a seguir. Era necesario actuar rápidamente. De noche no dormía, se acostaba vestido sobre el cobertor. Aguardaba la madrugada. A las cuatro comenzaba el movimiento afuera, se levantaba y se asomaba con discreción por la ventana. Solo veía sombras, pero sabía que estaban ahí reunidos; lo acechaban. Escuchaba murmullos ininteligibles, que se perdían entre el viento y las olas. Contemplaba a la luna manchada de sangre. Decidió conseguir un cuchillo de los que utilizaban en el Rancho. Él mismo lo afilaría, tendría que asegurarse de que no iba a fallar.
Llegó la feria anual. Se vio obligado a asistir, aunque Santa Cecilia no intervendría en ningún evento. Esta vez sería únicamente un espectador más. No estaba con ánimos de fiesta y tampoco permitiría que ellos participarán como si nada ocurriese. Cuando algún conocido se acercaba y preguntaba por su paradero se le escapaba alguna insinuación, un gesto extraño; lo miraban como si estuviera perdiendo la razón. ¿Estaría a punto de perderla? Tal vez sólo pretendían volverlo loco ¡pero no! Planeaban asesinarlo y quedarse con todo. El más grande era el líder. Un glotón al que le gustaba revolcarse en la porquería. Había otro que era un pobre idiota amenazado por la lujuria. Todos estaban gordos, rozagantes. Odiaba la manera en que se paseaban durante el día, como si él no existiera.
Llevaba más de quince días sin dormir. El terror se estaba apoderando de su vida y si no se decidía pronto a perpetrar el acto acabarían con él. Le asombraba que aún no hubieran intentado algo en su contra. Sacó el cuchillo de carnicero que había conseguido la tarde de la fiesta sin que nadie lo notara. Lo tenía guardado en el cajón de la ropa interior. A pesar de que hacía varios meses nadie entraba a la casa quiso tenerlo escondido. Revisó el cuchillo, este tenía el filo apropiado, pero no podía fallar y lo afiló de nuevo hasta cansarse. Miraba ensimismado el destello del acero. Estaba desquiciado. Esa misma noche terminaría todo. Sólo haría lo necesario. Tendría que realizar la matanza. El podía hacerlo solo, pero no debía levantar sospechas. Esperó a que todos se durmieran. Se puso ropa de campo (la que utilizaba los días en que ayudaba a los trabajadores de la Hacienda) y salió sigiloso antes de las cuatro de la madrugada. Dormían cerca de las caballerizas. Seguramente se habían salido para poder espiarlo. Se acercó a ellos. Tomó al primero por la cabeza y le clavó el cuchillo con todas sus fuerzas en el corazón. Brotó un chorro de sangre que le cubrió la cara y escurrió por su camisa. El desgraciado no despertó. Murió al instante. Uno de ellos se levantó y lanzó un chillido ensordecedor. Él lo agarró inmediatamente de las patas y le insertó el cuchillo en la yugular. Se retorció sobre la tierra sacudiéndose hasta desangrarse. Después se quedo inerte. En ese momento los otros, que ya estaban presenciando el acto y chillaban intentaron huir. Los encerró en el corral y fue a traer las pinzas que utilizaban los muchachos para darles toques y atarantarlos. Uno a uno fue acabando con todos los puercos y con la poca cordura que le quedaba. Contempló a los animales tiesos bajo la luna. En estado de trance les arrancó la trompa, las patas, las orejas y las echó en la cubeta. Con el cuchillo ensangrentado entre las manos se dirigió a su habitación. Dormiría tranquilo después de tantos días de insomnio. Había salvado su vida. Sin embargo, la locura -que lo acechaba desde el día en que ella se fue con el cerdo del capataz- logró su cometido.

Fernanda S.A.

Ajaaaaaaaaaaaa!!!!
que interesante y sorpresivo
me ha gustado sobremanera!!!

Felicitaciones Fer!!!

Siiii!!! de eso se trataba la tarea. Gracias, Roger. Un abrazo.

Fernanda en la mitad del cuento alcancé a percibir un poco el final, creo que sería interesante revisarlo y quitarle la frase o cambiarla!...
"Un glotón al que le gustaba revolcarse en la porquería"¿me volví muy exigente?...
Me gustó mucho la intensidad que le imprimes de dramatismo con esas frases cortas. Enganchas al escritor con ellas, lo involucras con una intensidad impresionante!...
Y bueno, ya veo que eres una buena estudiante!... Mis felicitaciones...
Un abrazo

Gracias Ethel por tu comentario, si, ahí se puede adivinar el final, pero sólo son pistas, quizas porque tú sabías de que se trataba lo has adivinado de inmediato.
En el tuyo si que no se imagina uno lo que va a suceder. Es muy bueno.

Un abrazo
Fernanda

Tal vez Fernanda, tienes razón, era conocedora de la técnica y a lo mejor lo descubrí. Sin embargo esperemos los demás que dicen...

Un besito

Ojalá que lo lean, jaja. Pero creo que si no comento nunca me van a comentar... Un beso, Ethel.

Diste en el tiro!.... un beso

Hola Fernanda, creo que si la intensión es sorprender con el final no tienes que dar indicios que lleven adivinar el cierre del cuento, una buena práctica es engañar al lector dándole pautas falsas. Si son rechonchos, chillan y se revuelcan en la porquería estas dando demasiadas pistas.
Ejemplo. Si dices… picoteaban sus plumas, acarreaban y ponían en huevos. Si no son gallinas ¿que podrían ser?
Lo siento pero, no me causó efecto sorpresa este relato. Si creo que puedes mejorarlo porque la idea me gustó
Un abrazo