La encrucijada de Arturo. Capítulo XI

La brisa de la libertad

Llevaba un año en aquel centro de castigo, cuando la junta del menor acordó llevarme a casa de mis abuelos, ya que para la junta eran mí única familia, según hice constar en mi última declaración. Así que designaron, que aquel viaje lo realizara en tren, pero al ser menor de edad no podría viajar solo, me tendría que acompañar un funcionario de aquel centro. El cortijo de mis abuelos dictaba de Almería poco más de 150 kilómetros.
Que me acompañara un funcionario del reformatorio, no me hizo nada de gracia, ya que pensaba cambiar mis planes, pues después de engañar a mis abuelos, no deseaba ir a su casa. Además, estaba casi seguro de que avisaría a mi padre, y este sería el último que deseaba ver por los malos tratos que me ocasionó. Conclusión, aprovecharía algún descuido de mi acompañante para huir lo más rápido posible.
El celador asignado para acompañarme se llamaba Fernando, Llegado el día de mi libertad subimos al tren los dos. Este era un hombre de pocas palabras y muy cruel con los niños. Para no levantar sospechas de mi intención de huida, trate de desorientarle, haciéndole ver que me encontraba contento, por reunirme con mi familia, y fui cantando casi todo el viaje. El carcelero de niños me veía tan feliz, que a pesar de ser poco comunicativo rompió el silencio y me dijo:
― ¿Estás contento amigo?, ¿ves como todo llega en la vida? Cumpliste tu pena, y tu recompensa es la libertad y reunirte con tu familia. La prisión y la disciplina en el reformatorio, te servirán para que nunca llegues a delinquir.
Aunque en algunas ocasiones había recibido sus caricias, me esforcé sonriendo al mismo tiempo que contesté:
― ¡Claro que estoy contento Señor! ¿Acaso no refleja mi cara la felicidad? ¡Me gustaría que el tren fuera más rápido para llegar lo antes posible, las horas se me hacen muy largas y estoy deseando de ver a mi familia!
Nos encontrábamos casi al final del trayecto, un pequeño pueblo de la provincia de Almería, y esperaba con ansiedad una oportunidad para huir de las garras de aquel mal nacido. Obviamente que no iba a ser fácil, ya que me vigilaba y no me quitaba los ojos de encima, pero con un poco de suerte esperaba que tuviera algún descuido, para cuando bajáramos del tren huir lo más rápido que permitieran mis piernas.

Por supuesto que no se da solo en los cuentos o novelas amigo Jaime, de acuerdo contigo que cuando se dan estos casos hay que volar a tiempo, pero en el caso de nuestro protagonista Arturo siendo todavía casi un niño, no supo ver el peligro y fue cazado para unos objetivos concretos, y que más tarde se arrepentiría, de no ser consciente de lo que se le avecinaba.
Muchas gracias por tu paso amigo, Josan