LA AVENTURA DE VIAJAR EN EL LEGENDARIO FERROCARRIL SARMIENTO.

Nunca pensé que la decisión de irme a vivir al oeste de la ciudad de Buenos Aires, más precisamente en el conurbano bonaerense podría poner a prueba mi capacidad de soportar viajar al trabajo.
Esto que parece natural y parte de la vida cotidiana de un trabajador, puede transformarse en una siniestra experiencia diaria, digna de la más peligrosa y temeraria aventura que no tiene nada que envidiarle a las películas de Spielber.
Pero para no parecer exagerado en la comparación voy a pasar a relatar un día de los muchos que tiene el largo año laboral.

Luego de caminar diez largas cuadras hasta la estación del ferrocarril, ingreso a la plataforma haciendo la fila para obtener el boleto que saco solo de ida previendo que la vuelta es posible que no la pueda hacer en tren y como mi poder adquisitivo no es de lo más holgado que digamos debo cuidar el dinero para llegar a fin de mes y no malgastarlo en un boleto que quizás no usaré.
Después de pasar el riguroso molinete me mezclo con miles de almas que como yo, esperan el momento de poder subir por alguna puerta del vagón cuando la ruidosa mole de hierro se detenga en el andén.

Son las siete de la mañana, la plataforma se llena por completo y la incertidumbre por ver la posibilidad de viajar es cada vez más acentuada.
Por fin, el tren se divisa a lo lejos, la campanilla ensordecedora del paso a nivel comienza a sonar y la masa nerviosa de gente se acerca lentamente al borde del andén.
Ha llegado el tren, se detiene, los que bajan, arremeten contra la masa de gente que pretende subir con la bravura de un encierro de toros en Pamplona, los que pretendemos subir, hacemos lo mismo.

Ya he puesto el dinero en la media derecha, los documentos en el bolsillo interno del pantalón que mi esposa prolijamente confeccionó y al cual le puso un cierre con cremallera, el bolso con ropa de trabajo lo llevo estilo bandolera. Porgo el hombro firme y allí voy como en un scraum de rugby.
El forcejeo dura unos instantes pues no hay mucha posibilidad de demoras, se escuchan algunas quejas de los más viejos pero, al fin estoy dentro.

Hoy ha sido un día de suerte y pude ingresar al primer tren por la puerta y no por la ventanilla.
No es que soy un renegado y no cumplo con las reglas de convivencia. Es que no hay reglas y si no subo en este, el otro y el otro y el próximo al otro vienen igual de llenos y si no llego a tiempo a la fábrica perderé el plus por presentismo y lo que me pagaran a fin de mes no me alcanzará para vivir.

Dentro del vagón estamos como los fetos en los frascos de formol, se respira rancio, el bolso me quedó el la espalda, tengo la cabeza de una anciana clavada en el pecho, un brazo levantado tratando de asirme al pasamanos y el otro pegado al cuerpo sin poder moverlo, detrás un hombre me tose en la nuca, del lado derecho una hebilla de cinturón me lastima la cadera y del otro, los pechos de una joven mujer con cara de nada están presionados contra mi brazo inmóvil y su entrepierna se apoya en mi mano, cuando me doy cuenta la corro disimuladamente con la misma cara de nada. Los dos hemos dejado la dignidad en el andén y solo somos pasajeros del Sarmiento.

El viaje continua, comienza un forcejeo entre la gente, es que la estación que sigue está próxima y algunos quieren decender pero, para hacerlo tendrá que posicionarse cerca de las puertas que por lo general a esta altura del trayecto están abiertas, trabadas por la gente que viaja colgada.
Parece imposible que alguien pueda llegar hasta ellas, la cantidad de personas es tal que parecemos un monstruo de infinitas cabezas que se contorsiona en forzados movimientos y ni que pensar cuando suban los próximos que siempre son más que los que bajan.

Todavía no he podido asirme a un pasamanos, no para sostenerme pues estamos tan apretados que no hay manera de caerse, si no para tener un punto de apoyo y poder girar cuando tenga que bajar del tren.
El tipo de atrás no ha dejado de toserme en la nuca ya imagino con asco y resignación la cantidad de flemas que habrá depositado en mi cabello.
Faltan cuatro estaciones para mi destino y es hora de comenzar la travesía hasta las puertas.
Observo a mí alrededor con el radio que puede proporcionarme el cuello, parece que la más cercana está a mi espalda y hacia ella voy.

El pedir permiso resulta tan ridículo que a nadie se le ocurre pedirlo, solo hay que empujar y contorsionarse con fuerza y decisión, el bolso en mi espalda es una gran dificultad pero consigo tomarme del pasamanos y entonces me afirmo y giro con gran esfuerzo, ahora la meta la tengo de frente y le veo por primera vez la cara a quien me ha venido esputando en la nuca.

Llevo 45 minutos de lucha en el estómago del Sarmiento que pareciera digerirnos a todos como una serpiente come humanos, auque ya ni siquiera creo que lo somos.
Llegó el momento de bajar y me recuerda a la lanchas de desembarco en la playas de Normandía durante la Segunda Guerra Mundial en el famoso Día “D”.

El convoy comienza a detenerse las causas pueden ser varias.
Un suicida, un auto que cruzó con las barreras bajas, un desperfecto en las vías, un piquete del sindicato ferroviario cortando la circulación del tren, un incendio en un vagón o que mi tía Ruperta se puso a coser en el medio de la vía.
La cuestión es que después de todo este viaje de mierda voy a perder el presentismo si el bendito Sarmiento no continúa y quedamos varados entre estaciones.
Ya son 15 minutos parados y nadie sabe que pasa, algunos han tomado la decisión de tirarse del tren pero, la gran mayoría esperamos que arranque.

Al fin comienza a moverse. Llego a destino.
Otro encontronazo pero esta vez con los que acceden, unos instantes y estoy por fin libre de apretones, traigo hacia mi pecho el bolso que estaba en mi espalda y puedo notar un gran tajo en él
Siempre tuve curiosidad por saber como hacen los carteristas para robar cuando nadie puede siquiera mover un dedo.

Esto que les relaté es solo la mitad de la aventura la otra mitad se llama “EL REGRESO”

Ja...tragicómico y real. Y los vendedores ambulantes (tampoco sé como se abren paso), no dista mucho de lo que sucede en los bondis (colectivos, buses o micros para el que lea y desconozca) con la diferencia que ves al conductor y lo escuchás cuando dice "corranse para atrás que hay lugaaaarrr" y si no previeras la respuesta desubicada contestarías "dónde querés que me meta..." (si si tengo esa imagen del rubro tranporte).
Como siempre, genial Ricardo para llegar al lector con lo cotidiano y, aún, una sonrisa. Espero "El regreso"

"Los dos hemos dejado la dignidad en el andén y solo somos pasajeros del Sarmiento" y por supuesto, la final "Esto que les relaté es solo la mitad de la aventura la otra mitad se llama “EL REGRESO” es más que suficiente para aconsejar la lectura de esta tragicomedia cotidiana propia de las grandes urbes (¡qué tiempos aquellos en que se podía conversar o leer el diario en el Sarmiento).

Un gran escrito, me ha gustado cada detalle plasmado en él.
Sobre todo esas imágenes que regala al texto y que lo hacen
ameno.

Un placer leerte amigo, el final me gustó, sin duda que esos
señores se dan habilidad ante tanta inmovilidad.

Saludos para ud.

Y después nos impresionamos al ver los videos de algún subte en Japón cuando aca tenemos trenes que van con personas hasta en el techo jajajajajaja

Sé lo que se siente estar encerrado en un vagón y ser presionado por la masa humana que lo rodea a uno, muchas veces me pregunto cómo es que algunas personas no colapsan ahí mismo (de hecho recuerdo que una vez al lado mío había una persona con enanismo, no me explico cómo es que aguantó aquello considerando su estatura).

No he tenido la mala suerte de ser victima de un punga todavía, pero nunca llevo algo colgado por la espalda y mucho menos en capital jaja.

Es un texto que se lee rápido y de forma fluída, se disfruta mucho de esa forma. Estaré esperando la continuación jaja.

Saludos.

Hombre! Ahora entiendo a cabalidad tu otro escrito, aquel de "De que te ries?"

Con un servicio publico como ese a tu presidente habria que colgarlo y no presisamente de los pulgares. Aqui en Los Angeles, Cal. la historia es otra, una amiga visito Peru hace poco y regreso consternada. Se escandalizo al ver taxis con 8 y hasta nueve pasajeros ademas del chofer. La tacharon de loca cuando al hacerle alto a un taxi y ver que no llevaba el cinturon de seguridad reglamentario, hizo parar el taxi y se bajo. En fin, aunque te aclaro que no soy estadounidense, soy mexicano y en mi Mexico lindo y querido nos ponemos al tu por tu con Argentina o Peru en esas "exquisiteses" del transporte publico.


Espero el retorno de este tu viaje, me ha gustado compadre!

Cómo podés pllasmar de manera tan real los agobios cotidianos, como siempre un gusto leerte.
Besos
Lili

JAJAJA COMO QUE LAS HISTORIAS SE REPITEN...SI HASTA LOS OLORES ME SON FAMILIARES EN TU RELATO.
UN OMNIBUS DE MI PAIS EN HORARIO DE SALIDA DE TRABAJO Y ESCOLARES, UFF,JAJA,Y EL GUARDA QUE GRITA "UN PASITO MAS POR FAVOR","AL FONDO QUE HAY LUGAR"...Y VOS MIRAS PARA ATRAS Y NO ENTENDES DONDE ESTA EL LUGAR JA.
Y SI VAS SENTADO, IGUAL,LAS MOCHILAS EN LAS CARAS Y OTROS BULTOS,SI VAS PARADO Y SOS BAJITO, PLVIDATE DE LLEGAR BIEN ADESTINO SI QUEDASTE BAJO EL ALA DE ALGUN OBRERO ALTO.

JAJA ME REI DE LO LINDO CON ESTE RELATO POR QUE PUDE VIAJAR CON EL.


CAMPAÑA DE LOS ABRAZOS¨

Es tal cual una estampa de la Argentina cotidiana que sufrimos unos cuantos. A mi haces recordar mis viajes en subte de la linea B cuando vía en provincia y trabajaba en microcentro. me tomaba el tren de lacroze y luego combinación con el subte... el tren zafaba, pero el subte, faltaban los nipones de guante plancoque te empujaban para hacer entrar a todos... esperare el regreso... como siempre un placer leerte.

Excelente texto, decir algo más es redundar lo que ya dijeron mis compañeros.
Una estampa citadina, cotidiana, que de una u otra forma, muchos hemos sufrido.
Un gran texto,como todos los tuyos Ricardo.


Que las hadas te abracen compañero.

Gracias compañeros por pasar por aquí y dejar su opinión.
Pronto estaré comentándolos cuando el tiempo me deje un momento para dedicarle a la lectura.
Un abrazo