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 Los Campos de Aldebarán capítulo 12 - Post nubila phoebus (Tras las nubes, el sol)

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Diegobh71
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Los Campos de Aldebarán capítulo 12 -  Post nubila phoebus (Tras las nubes, el sol) Empty
MensajeTema: Los Campos de Aldebarán capítulo 12 - Post nubila phoebus (Tras las nubes, el sol)   Los Campos de Aldebarán capítulo 12 -  Post nubila phoebus (Tras las nubes, el sol) Icon_minitimeMiér Dic 22, 2010 5:03 am

Según cuentan las crónicas de los campos, el rito de la unión, significaba entregar el alma a un dragón y, este su espíritu guerrero a su jinete. Juntos se amalgaman en una pareja perfecta. Y esto siempre ocurría durante la temporada de nubes, previa a las grandes lluvias”
Anriq se levantó temprano esa mañana. Todavía con un atisbo del gran sol rojo asomando por el horizonte más lejano de los campos, se dirigió hacia las cocinas, sabía que había gente trabajando y que sin problema le darían algo que tomar, para palear el frio matinal.
Se sentía cierta tensión en el aire, la temporada de nubes, anuncio inequívoco de las grandes lluvias se cernía sobre esta parte de los campos. El torreón, siempre era quién recibía las primeras grandes nubes y los primeros aguaceros. Pero esta vez era diferente, por primera vez en mucho tiempo, se volvía a sentir la adrenalina del ancestral rito.
La cocina, bulliciosa a esa hora de la mañana, estaba en plena tarea de preparar el desayuno para toda la fortaleza. Las barracas, ocupaban las ollas del lado sur de la cocina, donde grandes cantidades de café de raíz se cocinaba y en un horno lindante las hogazas de pan le daban un aroma increíble al espacio de trabajo. Sobre el lado opuesto a las barracas, un grupo de elfos de las montañas blancas trabajaban sobre una mesada, preparando las preciadas viandas de viaje que la mayoría de ellos preferían cuando no estaban en su tierra. Sin embargo, en esta ocasión varios platos adicionales se habían cocinado, pues era una ocasión especial, incluso para los ellos.
Anriq, se arrimó a una muchacha que estaba vestida con tabardo de la casa del ave de fuego, cerca de una mesa donde una bandeja se preparaba con alimentos más elaborados y, suavemente le dijo por la espalda.
-“Señora, me han dicho que un joven apuesto la corteja en secreto”
La mujer, se quedó quieta, sin soltar la bandeja que llevaba entre manos, sin darse la vuelta respondió también en un susurro.
-“Quién quiera que sea ese hombre, hoy será su último día de tal precioso secreto”
Amivia, se sonrió mientras se alejaba de la cocina con la cabeza en alto y la bandeja del desayuno para ella y su hermana en las habitaciones de los Thailard. Pronto ella tendría sus propia casa, quizás no tan noble, pero guerrera y fuerte, fiel destinataria del legado de su padre.
Anriq, por su parte, supo que aquella contestación era lo más cercano que se podía estar por ahora en el castillo, por lo menos hasta que se concretara el rito de la unión.
Tomó una hogaza de pan y una taza enorme de café de raíz, que le ofreció la cocinera mayor y, tras agradecerle se deslizo por la puerta hacia las barracas, deteniéndose en el corredor de las arcadas para ver salir el sol entre las primeras grandes nubes que se avecinaban. Aldebarán se estaba levantando, rojo más rojo que de costumbre…
Cruzando el patio de armas, sobre las ventanas de la recamara del Señor de Aldebarán, varias aves de tonos azulados se posaron en las salientes, mirando por los cristales el movimiento que ya empezaba a manifestarse.
Hermes, ya estaba despierto para cuando entro el paje, con la bandeja del desayuno que tomaba todas las mañanas en su recamara. Detrás, Thoriel su asistente, con los pergaminos y papeles que dictaban la orden del día.
-“Mi señor, os habéis levantado temprano. “, el comentario del elfo, hizo sonreír a Hermes, pues sabía a qué se refería.
-“Si, logre evitar que me vistieran, como a un niñato”, le fastidiaba sobremanera que un hombre, deslizara sus manos por su cuerpo para atarle o ajustarle las prendas.
-“Mi señor, las primeras grandes nubes se ciernen sobre el torreón, la hora del rito de la unión se acerca”, dijo Thoriel, mientras dejaba los papeles sobre la mesa de la sala de conferencia de la recamara. En su pecho relucía el símbolo de la casa de Urien, colgando de una fina cadena de plata de las montañas.
-“Por lo que veo Urien no pierde tiempo, mi estimado Thoriel” dijo Hermes mientras tomaba una rodaja de pan especiado, recién horneado para comer junto con su café de raíz.
-“Si mi señor, una distinción entre los Elfos, por servir directamente al Dominus Aldebarán, hijo de la luz.”, Hermes felicitó a Thoriel y no se habló más del asunto, pues debían tenerse en cuenta muchos otros que ocuparían la mayor parte del día.
Para mediodía, Hermes se encontraba ya en camino hacia el bosque negro. La marcha de los jinetes era constante, por lo que esa misma tarde, cuando Aldebarán comenzara a menguar su luz, arribaron a los límites del bosque de los menhires, tierra de la casa del ave de fuego.
Siempre se dijo, que el bosque de los menhires estaba encantado, lo cual es cierto. Aquellas rocas erguidas hacia el cielo, eran los cuerpos durmientes de los dragones de los campos de Aldebarán y, la mayoría de ellos, luchadores de las últimas batallas contra las furias. Todo el bosque estaba cubierto por densas nubes , haciendo casi imposible ver que había delante de sus propias narices; sin embargo, aquellos que pudieran encontrar su menhir antes del amanecer y establecer lazo de sangre, serían nombrados dragones de fuego, Jinetes de Aldebarán.
Al llegar la noche, las antorchas se prendían una tras otra en la entrada al bosque negro, las nubes se habían asentado sobre el mismo, dándole un aspecto bastante más tenebroso. Hermes, montado sobre su dragón de la Sabiduría y escoltado por su capitán y su escudera, ambas en sus respectivos dragones del Espíritu y la Fortaleza, se acercaron a la entrada el bosque y, dirigiéndose a los candidatos, les dijo:
-“Ha llegado el momento en que debéis encontrar a vuestra mano derecha, aquella que en el campo de batalla, será vuestro escudo y vuestra arma. Pero recordad, que nada se obtiene así nada más, para llegar a vuestro objetivo debéis superar los encantamientos del bosque. Si lográis llegar entonces lograreis lo que todos anhelan “Post nubila phoebus”
Esa frase, era la declaración que todo Dragón de fuego pronunciaba, cuando cumplía el rito de la unión. Pues no sólo se unía a un dragón en vínculo de sangre, sino que pasaba a ser parte de algo tan antiguo como Aldebarán mismo, pues su mente cuerpo y alma se fundía con la de su dragón.
Anriq, junto con los demás se acercaron a la entrada y prendieron las pequeñas antorchas de roca de fuego para usar en el bosque, uno por uno, paso por delante del Dominus y sus dragones, antes de entrar a la oscura masa de árboles y nubes. Al pasar por delante de los dragones, Anriq deslizó una mirada hacia Amivia, quien desde su montura tan solo una leve inclinación de cabeza para disimular el orgullo que sentía, por su hombre. Luego de eso, simplemente desapareció entre la espesura, donde sólo se podían ver pequeños halos de luces ambarinas que se perdían entre las nubes y los árboles.
La partida que había ingresado al bosque constaba de al menos cincuenta hombres y mujeres listos para encontrar su dragón. Todos sabían que la antorcha era la clave para encontrar el menhir adecuado, pues la misma había encantada en la mano de su portador, por lo tanto la cuando la marca del dragón estuviera cerca brillaría. Cuanto más cerca, más radiante sería la luz de la piedra.
A medida que se internaba en el bosque, se preguntaba qué clase de encantamientos podían haber en tamaño lugar, pues no se podía divisar nada con claridad y, eso era suficiente para acobardar a cualquiera. Pero Anriq, sabía que esta era su única oportunidad de poder obtener la mano de su amada y ser reconocido en el seno de la familia Thailard como legitimo compañero de Amivia. Nada ni nadie lo detendría. Apretó el paso con la antorcha de piedra de fuego pulsando delante de si y en la otra mano una de sus hachas de doble hoja.
Había sonidos y luces extraños por doquier. Anriq avanzaba seguro, pero atento, cuando una sombra o lo que el creyó que era una sombra, se le cruzo por el costado, rozando su pierna.
Sin perder un segundo de tiempo, iluminó con la antorcha, girando sobre sus pies y arrojó su hacha en dirección de la sombra. En plena oscuridad, un sonido ahogado cayó al suelo, al acercarse para buscar el hacha y revisar que había derribado, quedo sorprendido al encontrar un andrajoso y repulsivo Org. Una raza pequeña, pariente de los ogros del sur, pero más escurridiza y violenta.
-“¡Pero qué demonios!”, se dijo a sí mismo, cuando vio a la horrenda bestia, enseguida, inclino la antorcha sobre su pierna y vio que tenía un pequeño corte de donde emanaba un líquido espeso y carmesí.
-“maldito, hijo de puta”, maldijo con toda su voz, pues sabía que estas criaturas solían tener sus las hojas de sus armas envenenadas, busco entre las ropas del muerto y encontró la vaina de una daga vacía. Se la arranco para olerla, pero no sintió nada. Entonces busco entre los arboles con la antorcha sin dejar de mirar para todos lados, pues estos ladinos nunca estaban solos.
A unos pasos de la cabeza del Org yacía la daga, Anriq la levanto e iluminándola con la antorcha busco rastros de veneno sobre la hoja y una delgada línea de algún brebaje apareció al girar la hoja. Se sintió espantado, la sola posibilidad de un veneno mortal y sus sueños se acabarían antes del amanecer. Volvió sobre el cadáver y examino los andrajos que tenía puestos. Olían horribles, pero tenía que saber si poseía el elixir que curaba el veneno.
Nada, el Org, no traía consigo ninguna alforja u otro elemento de carga.
Retomo su camino, así durante un par de horas recorrió el bosque sin dar con su dragón, ni tampoco ningún Org. La pierna comenzaba a dolerle un poco. Definitivamente, había veneno presente, y parecía estar cobrando su vida.
Mientras seguía paso a paso buscando por el bosque algún rastro de otros Orgs, se preguntaba cómo podía ser que pudieran deambular sin problema por esos lugares. Se suponía que el bosque mismo evitaba que entraran allí esas clases de bestias. Al llega a unos montículos de troncos caídos, escucho voces y, se echó a tierra sin pensarlo dos veces, tapando la antorcha con sus ropas oscuras...
Un grupo de Orgs, no más de tres estaban discutiendo acaloradamente
-“imbécil, te dije que no dejaras a tu primo irse solo sin su alforja.”
-“No soy su niñera, idiota. Si no se preocupa por sus cosas, que se muera”
“Por cierto que lo está”, pensó Anriq, mientras seguía mirando a los andrajosos Orgs.
-“¿Y ahora?, que se supone que haremos”, pregunto el tercero que estaba con la alforja del muerto en la mano.
-“Nada”, contestó el primero, -“nos iremos de este maldito bosque, pues no me gustan esas luces que andan por allí “
-“Cierto”, contesto el segundo, -“que se pudra si no llega pronto, se lo comerán los horrendos arboles de este bosque.”
Los tres Orgs, comenzaron a caminar por el sendero que tenían delante. Anriq no podía dejarlos marchar, su salvación estaba en esa putrefacta alforja. Tampoco debía dejarlos con vida, pues sólo causarían más daño o lo perseguirían hasta matarlo.
Entonces, en un esfuerzo casi sobrehumano, dio un rodeo, para poder emboscarlos, dejando la antorcha oculta en un tronco. Cuando estuvo en el lugar indicado, tomo una de sus hachas que llevaba sobra la espalda y la daga del Org en la otra. La pierna le dolía, pero no tanto como para poder enfrentar a esos repugnantes seres. Cuando los tuvo a la vista, simplemente se incorporó y lanzo su hacha sobre el pecho del primero, quien cayó seco al suelo del bosque. El segundo, un poco más rápido, desenvainó su espada y lanzó una estocada directa al cuerpo de Anriq, quién la frenó con la daga del muerto, dándole tiempo a sacar el otro hacha de su espalda y elevarla para caer sobre el mismo Org, asestándole entre ceja y ceja.
El tercero, al ver a sus compañeros muertos, simplemente hecho a correr, sobre sus pasos. Anriq, arranco el hacha de la frente del segundo y corrió sendero abajo hasta alcanzar al tercero, quién por mirar a su perseguidor tropezó con una raíz y cayó al suelo de bruces. Cuando intento incorporarse un silbido en el aire, le dijo que era la hora de su muerte. Y así fue, el hacha se había clavado diestramente en su espalda, dejándolo tendido sobre el piso nuevamente.
Anriq, tomo la alforja, su hacha y corrió por el sendero hasta donde se podía ver un tenue resplandor. La antorcha oculta. Se sentó sobre un pequeño tronco caído y a la luz de la antorcha reviso las pertenencias de su primera víctima. Los Orgs, por lo general traían consigo elixires para sus venenos, pues más de una vez, solían pelear entre ellos y, sus dagas siempre estaban envenenadas. Encontró un frasco, debía ser lo que buscaba, pues se encontraba envuelto en un paño bastante limpio y olía a las hojas de eucalipto, antídoto inequívoco de su veneno favorito.
-“Veneno de hiedra negra”, dijo para sí Anriq, -“ni siquiera son inteligentes”. El veneno que corría por su cuerpo, no era letal, pero podía producir dolores muy fuertes si entraba en contacto con una herida, pero las hojas de eucalipto eran la cura perfecta.
Faltaba muy poco para el alba, cuando su antorcha se ilumino con tal intensidad, que no cupo duda de que ese menhir que estaba a escasos metros se trataba de su dragón. Había caminado bastante, luego de su escaramuza con los Orgs y la toma del elixir. Por suerte la pierna ya no sangraba y su cuerpo parecía recuperar fuerzas rápidamente.
Frente a él, sobre la base de una gran piedra, había una silueta de lo que parecía una mano humana. Sabía que el lazo de sangre era simple, un corte sobre la palma y apoyarla sobre la piedra, pero ahora estaba en duda, su cuerpo había tenido veneno corriendo por sus venas y eso quizás contaminara la unión de sangre. Quizás el dragón no despertaría y con ello se iría al trasto, la oportunidad de poder ser un dragón de fuego y formalizar con su amada. Volvió a revisar su herida y en ella no había rastro de una infección alguna. Ya no había tiempo, debía empezar con el rito para poder disipar sus dudas. Si todo salía bien, el despertar del dragón debía poder curarlo del todo al unirse.
Tomo su daga, extendió su palma y deslizó el filo, dejando correr un fino hilo de sangre, que cayo sobre la piedra. La sangre comenzó a deslizarse por la superficie, desapareciendo entre las hendiduras.
Entonces, el menhir que se elevaba delante de él comenzó a brillar intensamente, mientras se despegaba del suelo. La piedra vibro y luego cayó pesadamente sobre el suelo del bosque.
Y una voz resonó en medio de esa penumbra.
-“Anriq Dunee Efrec, me has encontrado y yo a ti”, el dragón estaba apoyado sobre la piedra, con las alas extendidas y un hermoso color ocre en sus escamas. Era magnífico.
-“Post nubila phoebus, mi dragón de fuego”
-“Post nubila phoebus, jinete”
Aldebarán, hizo los honores, pues al despuntar las primeras luces, los dragones montados por sus jinetes, se elevaban a los cielos, entre los árboles del bosque negro.

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