Doña Rosita

La casa que compré, era mucho más grande que el departamento donde vivíamos con Susana y los niños. Ideal para una familia tipo con hijos de ambos sexos y una suegra que venía en el combo junto con su esposo quien falleció al poco tiempo que me casé.
Allí fuimos los cinco. Los niños tenían sus dormitorios, salas de estudios y la abuela un departamentito en la planta alta.
Estaba ubicada en un barrio de clase media y a pesar que debíamos refaccionarla contaba con espacio suficiente.

Pasado unos meses de instalados veía pasar por la vereda una mujer entrada en años, apenas encorvada que revisaba la basura de las casas y sacaba algún objeto que guardaba en una bolsa.
Tenía la mirada atenta y esquiva típica de las chusmas.
No perdía oportunidad de vigilar cada movimiento y modificación que hacíamos en la casa
Debo confesar que ese tipo de gente me molesta y por tal razón empecé a tomarle cierta antipatía, esto fue en aumento cuando supe que vivía en una linda casa y no necesitaba andar hurgando en la mugre.

Ella pasaba y saludaba con amabilidad pero, siempre dejaba un segundo de tiempo para curiosear dentro de la casa estirando el cogote.

_ ¡Que vieja de mierda! ¡Miserable! (Me decía para mí)

Llegué a tomarle mucho fastidio, a tal punto que cuando la veía venir me metía dentro para no tener que saludarla.

Con el tiempo supe que era conocida como Rosita, pero para mi seguía siendo… “la vieja de mierda”.

Un día, llamaron a la puerta. Era Rosita, requería mis servicios.
Tengo una camioneta y me dedico a transportar carga en general.

Me dijo que necesitaba llevar unas bolsas cargadas de plásticos hasta unos pocos kilómetros y quería saber cuanto le costaba el viaje.
Descubrí en ese momento que era lo que juntaba de la basura y supuse que lo vendería como material de rezago.

La vieja miserable además es avara (me dije)

Al otro día cargaba decenas de bolsas repletas de tapitas de gaseosas.
Llegamos a un galpón. Allí nos recibieron unas personas muy amables, abrazaron a la vieja con afecto y comenzaron a descargar la camioneta.

Luego, todos fueron al interior del galpón y a los pocos minutos salió Rosita para ir de regreso.

Nunca me sentí tan avergonzado. Durante el viaje me comentó todo el esfuerzo que hacia a pesar de sus dolores de artrosis para juntar durante todo el día las tapitas de gaseosa y la satisfacción que sentía en donarlas para ayudar al hospital de niños enfermos de cáncer.

Por supuesto que no le cobré el viaje y ahora la espero cada vez que la veo venir para saludarla.

Ricardo...una narración que tiene toda una carga emotiva para mover el corazón de quien lo lee. Además de la enseñanza que ella deja.
Me gustó…se lee con facilidad y sin complicaciones llevas al punto que es núcleo del relato.-
Abrazos.

¡Ay césar, amigo. Cuántas veces interpretamos mal a las personas solamente por fijarnos en su exterior! La mayoría de las veces son portadoras de una hermosa, sensible y envidiable alma.
Un texto hermoso como todos los tuyos que sirve para reflexionar sobre nuestro comportamiento con el prójimo. Gracias amigo. MAGDA.

QUE BUEN CUENTO RICARDO, QUE ADEMAS NOS ENSEÑA COMO A VECES NOS DEJAMOS LLEVAR POR LOS PREJUICIOS SIN SABER O DARNOS EL PERMISO DE CONOCER A LAS PERSONAS, SE DE ESOS PREJUICIOS , HAY MUCHAS ROSITAS POR AHI, O GURISES QUE YA POR SU ASPECTO SON "GUACHOS DE MIERDA,DE SEGURO ME VAN A ROBAR",ES BUENO ESTE CUENTO POR QUE NOS ENSEÑA QUE SIEMPRE PODEMOS SORPENDERNOS CON LO QUE PUEDE LLEGAR A ESCONDER CADA PERSONA.
LINDO CUENTO, PROPIO PARA ESTA EPOCA

Como siempre , nos traes tus historias humanas, cotidianas, donde nos podemos ver reflejados en actitudes y pensamientos.
Un cuento excelente, que como dicen los compañeros,nos enseña a traves de la experiencia del autor, cuanto podemos equivocarnos.

Un gusto leerte amigo.

Que las hadas te acompañen