El farero

EL FARERO
Autor: Adolfo León Idrobo Z.
Cali, Colombia

Recuerdo aquella mañana de octubre de 1932, en la cual fui nombrado por el inspector del pueblo como Farero, después de una escrupulosa selección de aspirantes. Era el nombramiento que por tantos años había esperado.
Aquel faro se terminó de construir, después de mucho tiempo de estar detenida su obra debido a escasez de presupuesto. Muchas jornadas pasaron sin que se percibiera movimiento alguno que denotara progreso.
Días después fue inaugurado y en aquella noche sus luces iluminaron por primera vez el espacio, fue un momento inolvidable para mí, todos salimos a la plaza a festejar dicho acontecimiento. La plaza rodeada de edificios por los cuatro costados daba la sensación de ser más un patio interior que cualquier otra cosa.
En el despacho del Inspector se me había dicho que debido a la finalización de mis estudios de bachiller y debido a mi afinidad con la naturaleza más la capacidad de soportar la soledad, se me había escogido. En realidad pasaba mucho tiempo contemplando el entorno ensimismado.
Debía esperar entonces la aprobación final del cabildo de la región para tomar posesión oficial del cargo. Mientras tanto estudiaba incesantemente en el salón principal de la biblioteca episcopal un viejo libro, grande, de gruesas tapas, con hojas raídas y amarillentas, que hablaba acerca de los faros. Era tanta mi obsesión por ellos, que pasaba horas enteras contemplando los dibujos y fotografías que el libro ilustraba. Hablaba de faros famosos, era fascinante ver esas inmensas torres que vigilaban el paso de los buques por los estrechos, avisando sobre los peligros, sus figuras de proporciones gigantescas infundían respeto y admiración. Verdaderamente me deleitaba aprendiendo sobre los códigos y señales que se debían usar para saber guiar los navíos. Era tal mi felicidad, que se me escapaban las lágrimas al saber que por fin tendría un trabajo digno y que iba a ser respetado por todos en el pueblo.
-Allí va el Sr Farero- debían decir y yo con orgullo, saludaría a todos en el camino con una pequeña venia tomándome el sombrero.
Cada vez que me abordan, los atiborro con toda suerte de información que he leído, les hablo acerca de su importancia, de sus partes, del trabajo que iría a desempeñar, las palabras salen a borbotones de mi boca de tal forma que no las puedo contener, es tanto mi conocimiento que los abrumo y finalmente se alejan presurosos. ¿Será porque no lo soportan o no les interesa?.
De repente en la puerta de mi habitación apareció el inspector con otros dos personajes los cuales no conocía hasta ese entonces…
En un tono un tanto desesperado y con marcada impaciencia le dije:
- ¿Doctor, cuándo mi nombramiento se va a hacer oficial?, estoy ansioso de ocupar tan noble cargo que usted me ha delegado.
-¡No seas pendejo Esteban! -me contestó– ¡aquí no hay mar!
Y se alejaron con sus batolas blancas por aquel frío pasillo, cerrándome la puerta tras de sí.

Un cuento bien redactado, lleva al lector hasta su final encontrándose con lo sorpresivo que deja a quien lo lee, satisfecho.

Un personaje perdido en su camino a la existencia.
El texto cubre bien los aspectos académicos y espirituales
dándole profundidad al personaje, a la vez que desnuda
su fragilidad. Un buen planteo.

Un relato muy bueno, lleva expectante al lector, para darle un giro... de locos? Caray! Lo leí dos veces, por si no había comprendido! Muy bueno, llevado ágil y con un final impredecible.
Un gustazo, mi enhorabuena al escritor y a Mandala, por esta selección de relatos de muy buen nivel, y por compartirla con nosotros!
Un abrazo