AFICIONADO A LOS EXCESOS

-¿Dónde estoy? ¡Creo que perdí la consciencia!
Ahora me encontraba entre sábanas limpias y sin ropa. ¡Jo! Cómo había llegado hasta allí y en qué momento me la había quitado, eso no lo recordaba. Seguramente, la apuesta de cañas la había ganado, por eso mi mente estaba en blanco. Sin embargo seguía sin saber dónde diablos estaba. Esta vez, ¿con quién me habría enrollado? Lo sé, lo sé. Eso de irme con la primera que se cruza terminará trayéndome un grave problema.
El dolor de cabeza no cesaba, no podía ver pues estaba oscuro y no sabía a quién dirigirme… ¡Pero si ni siquiera recordaba su cara!
Empecé a notar una quemazón, un calor en la ingle y al tantearme… ¡Ohh, qué horror! Mis partes estaban agarrotadas, infladas y de un modo que causaba impresión. De repente la puerta de la habitación se abre de golpe. Apenas logré cubrirme con las sábanas… ¿¿Pero dónde estoy??
—Hola cariño, ¿ya despierto? Te voy a dejar como nuevo. Espero que después de la terrible vomitona, estés mejor. ¡¡Menudo espectáculo montaste anoche!! jajajajaja
No daba crédito a mis ojos. Ni siquiera salió palabra de mi boca. Miraba tan atónito a la mujer que acababa de entrar, tal como lo haría un lelo. Ella me miró y comenzó a reír descaradamente. Una señora que claramente me doblaba la edad… ¡Y mi persona! Me trataba como si fuésemos conocidos de toda la vida y mi cerebro trataba de recordar quién era y si había pasado la noche con ella. ¿¿Tan bebido estaba??
No lograba hacer memoria, nada venía a mi mente.
Repentinamente la enorme mujer, vestida solo con una bata que se traslucía bastante, dejando ver que la ropa interior debajo, se me acercó y de un tirón me destapó.
Mis vergüenzas quedaron expuestas y ni lerda ni perezosa, empezó a mangonearme. En seguida el resultado estuvo a la vista y ella encima, reía con tanto descaro que molestaba. Peor no podía sentirme. Me apretó las partes inflamadas y con un gesto de preocupación se puso seria y dijo:
—Muchacho, ayer no estabas tan así... ¡Mmmm habrá que solucionar esto!, pero antes te limpiaré un poco, pues estás hecho un asco. JAJAJA... –Rió estrepitosamente la mujer.
Su extrema familiaridad me desencajaba y cohibía. Con una toalla húmeda y fría comenzó a refregarme y cuando llegó a mi pecho, su humanidad se me hizo más clara. En un momento, quizás adivinando mi desconcierto y mi incomodidad se me puso a centímetros de mi cara y con sus ojos enormes, excesivamente maquillados, me dijo:
—No intentes moverte, que tal como estás muchacho, no podrás ir muy lejos. Pero tranquilo en unas horas estarás como nuevo.
¿Horas? En ese momento emitió una sonora risotada, tirándome en la cara su aliento entre antiséptico y chicle barato. Las náuseas me nublaron la vista. De repente a los tirones comenzó a acomodarme la almohada y enderezarme. Yo notaba que solo no podía hacerlo. Dolor y agarrotamiento, eso era lo único que sentí, sobre todo de mis partes que aún seguían rígidas. Eso me preocupaba. Cómo continuaría la cosa. Su busto enorme me aplastaba el pecho y me dificultaba respirar. Bajó de nuevo a mis partes inferiores, que con gran dificultad había tapado y con un gesto de disgusto tironeó la sábana y la retiró fuera de mi alcance.
—Oye chico, debo acabar lo que empecé. Anoche, en tu estado no pude hacer nada. Ahora relájate que nunca me he comido a nadie… ¡jajajajajaja!
Esas palabras me acojonaron. No sabía qué pretendía, pero estaba indefenso y parecía no tener escapatoria.
Cerré los ojos y esperé que el tormento terminara. Mientras sentía como manipulaba mi miembro, rezaba y prometía nunca más hacer apuestas de cañas (15 cañas… ¡¡cómo no iba a vomitar!!). Que no volvería a hacer apuestas de levantamiento de vehículos (casi 1800 Kg… hay que ser animal) y que no volvería a salir con desconocidas… ¡¡Lo juraba por mi vida!!
El sonido de una puerta que se abre de golpe me saca de mis plegarias y escucho la vos de un hombre. El terror me invadió. ¿Qué clase de sitio era ese? ¿En qué juego macabro me había metido?
—Buenas. ¿Cómo estamos? Preguntó un hombre alto con voz potente.
—Está casi listo.
Contestó la mujer, antes de que yo fuera capaz de articular palabra. ¿¿Listo para qué?? Desesperado trataba de que mi voz fuera audible. Se acercó a mí y sin más, empezó a tocarme. No daba crédito a lo que me sucedía y ya me arrepentía bien de mi vida de excesos.
—¡Hombre, pero esto es demasiado! —Dijo el hombre con una voz casi emocionada, esbozando una sonrisa—. Empezamos ya.
—¡¡EMPIEZAN A QUEÉ!! —Logré gritar casi entre sollozos.
—Tranquilo cariño, después de la intervención ya no tendrás esa impresionante hernia inguinal que te has hecho. El Doctor es un Cirujano maravilloso.

Por Zeltia G.