DIGNO ADIOS

Sentada en su mecedor, contemplaba silenciosa la alegría de los niños de la cuadra que pasaban frente a su estancia.

Irreverentes, bulliciosos y curtidos de barro hasta las sienes, al llegar la tarde armaban una algarabía detestada por la mayoría de los vecinos.
Sin embargo, eso poco les importaba.
A un niño, esas cosas no le impiden ser feliz.
La mujer entrada en años; de blanca cabellera y sonrisa desgastada, los miraba con ternura aunque el ruido que emitían lastimaba inclemente sus oídos.
Cada tarde: bajo el rojo plomizo de los arreboles, esperaba ansiosa la hora en que el sol se escondía paulatino entre las sombras y las luces de neón: cual luciérnagas heridas, irradiaban su luz pálida ahuyentando la penumbra.
Esa era la hora en que podía olvidar su soledad y por demás, sentirse viva.

La cálida sonrisa de los niños y sus inocentes locuras era lo único que disfrutaba con delicia cada día.

Todos: menos ellos, pasaban indiferentes frente a su mecedor…



Poco a poco se apagaron las luces y murieron las sonrisas…
Poco a poco el mecedor detuvo su vaivén.


Poco a poco, la mujer murió arrullada por las voces cantarinas de los niños de la cuadra…
¡Quiera Dios que nunca el llanto humedezca sus mejillas!Fue su última oración.


Jorge/2010

Es un texto que se lee sereno y agradable donde el sentimiento es el eje principal.
El cierre, alcanza la cumbre de lo emotivo cuando la dulzura del personaje es más fuerte que la muerte.
Un cuento disfrutable.
Un abrazo