Hoy me desperté y sentí que no tenía que hacer nada, que no debía hacer nada; en verdad llevo ya un tiempo que siento que no estoy en ninguna parte, que no me encuentro a mi mismo, que no vivo en mi: estoy empezando a sentir que no le encuentro sentido a nada, que algo se me ha roto dentro de mi, que no me encuentro y lo que es peor: siento miedo de saber qué me falta, qué he dejado de tener...
Me levanté al fin y eché a caminar calle abajo muy tempranito, no era aún las ocho de la mañana y en verdad no sabía dónde iba, adónde quería llegar. Seguí caminando y antes de que me diera cuenta ya había dejado atrás los dos km y algo que separa mi casa de la costa y fue entonces cuando, también y casi sin darme cuenta, me vi subido en una guagua que abandonaba la ciudad camino al interior de la isla, un lugar para mi siempre mágico. Sentado casi en la parte de atrás de la guagua comencé a contemplar el paisaje y sin darme cuenta también me puse a pensar en la contemplación del paisaje que guardaba silencio.
Me di cuenta entonces que en ese espacio de contemplación con la naturaleza se produce un diálogo, nunca lo había advertido antes; un diálogo en silencio, mudo; un diálogo de respeto y admiración, de preguntas en voz baja donde eché en falta respuestas a mis cuestiones también en voz baja sin darme cuenta que en la mayoría de las veces la naturaleza no responde a nuestros deseos de saber qué piensa, no cuando nosotros queremos. Pensé entonces en la angustia que en estas circunstancias produce el silencio del otro, de la naturaleza acostumbrada siempre a padecer sin quejarse ni lamentar.
Estamos confundidos. No podemos pedirle a algo que está por encima de nosotros, la Naturaleza, que responda a preguntas decentes e indecentes o vulgarmente simples; y es entonces cuando descubrimos nuestra propia confusión. Pienso entonces, y ahora me doy cuenta, en la angustia, la pena y tristeza que genera el silencio en las personas, en el otro/a: es un mal lo que determina falta de respuesta, un mal provocado ya no se sabe cómo o sí pero lo hemos olvidado. Un silencio en el que si realmente se convierte en insoportable en algún momento ( en otro es sinónimo de esperanza ) es porque deja entrever algo de las carencias propias; y mucho peor que eso, quizás: la falta en el Otro. Aquél que debería ser la solución o la alegría de tantas cosas, está igual de roto y vacío que yo. La distancia acerca aún en la inmensidad de la lejanía, pero hay distancias que no se mide en kilómetros, sino en el tiempo que se tarda en escuchar de nuevo la voz amiga por muy lejos que siempre haya estado.
Teknarit, África.